"La UAC es la única universidad mexicana que tiene 3 hospitales universitarios, 2 de ellos eran
considerados civiles”
 



Con la Rectoría de la UAC, Villegas Rico se convirtió en el personaje más destacado de grupo gutierrista, y desde que tomó posesión como Rector acarició la idea de convertirse en gobernador de Coahuila.

 

Mis sexenios (14)

José Guadalupe Robledo Guerrero.

Florestapismo (1975-1981)

En la homologación de las condiciones salariales y laborales de los trabajadores de los hospitales torreonenses de la UAC, el Universitario de Torreón y el Infantil Universitario, transcurrió el año 1977 y me capacitó para meses después hacer lo mismo en el Hospital Universitario de Saltillo, pues con la Autonomía, la UAC recibió tres hospitales para que fueran parte de la estructura universitaria ligados a la enseñanza (dos en Torreón y uno en Saltillo).

 

La UAC es la única universidad mexicana que tiene tres hospitales universitarios, dos de ellos eran considerados hospitales civiles (los Universitarios de Torreón y Saltillo) y el otro, el Infantil de Torreón, sigue siendo el “Hospital del Niño” de la región lagunera. A estas instituciones hospitalarias Melchor de los Santos y el resto de los Rectores postautonomía, los consideraron “barriles sin fondo”. Siempre se han quejado.

Estuve en Torreón hasta marzo de 1978 cumpliendo con mi compromiso y alejado de la política. De tal forma que tuve tiempo de tener acceso, por amistades personales, al sector pudiente de esa pujante y fraterna región. Así conocí a este sector torreonense, y por lo tanto me percaté de su problemática. Ya para entonces se hablaba que algunos “notables” laguneros tenían nexos con el narcotráfico. En esa época, el consumo de drogas entre los juniors de la “high society” era ya una moda socorrida.
Una vez terminada mi encomienda en los hospitales universitarios de Torreón, antes de que Melchor terminara su gestión, solicité mi cambio a Saltillo, y pedí que me enviaran a la Dirección de Planeación, cuyo Director era Pablo Reyes Dávalos, para hacerme cargo del análisis económico, financiero y laboral de los hospitales universitarios. Eso fue en marzo de 1977. Allí supe que Melchor no pensaba reelegirse para el segundo periodo que le permitía el Estatuto Universitario.

Luego que retorné a Saltillo, durante algunas semanas viví asilado en la casa de Pablo Reyes. Eso me permitió reencontrarme con la política universitaria y con otros que pensaban lo mismo con respecto a la UAC. Coincidíamos en que debía mantenerse la Rectoría de la UAC alejada de los enemigos de la Autonomía. Por eso, cuando Flores Tapia impuso como único candidato a Rector a Óscar Villegas Rico para relevar a Melchor, Pablo Reyes y otros más decidimos conspirar en contra de la orden gubernamental, pero la conspiración de la mayoría fue verbal, al final todos cedieron al a las pretensiones del poder.

Melchor ya no quiso reelegirse, temía enfrentarse a Flores Tapia y por eso obedeció sus órdenes. Antes de entregar la Rectoría, Melchor hizo un intento de conciliarnos con el que sería su sucesor, y nos pidió que nos sumáramos con Villegas Rico, para que llegáramos a una negociación que evitara la represión. “Yo les ayudó”, se ofreció. Melchor tenía la orden florestapista de entregar la Rectoría sin conflictos, por eso le interesaba que Villegas no tuviera problemas con los grillos universitarios, que apenas hacia cinco años los habían enfrentado.


Raymundo Verduzco Rosán ha sido
en varias ocasiones acusado de
corrupto. Incluso como Coordinador de Salud fue inhabilitado por una auditoría federal.



Finalmente todos fueron al Motel Huizache, donde Villegas había instalado su casa de campaña. Yo no hice caso, mi razonamiento fue laboral no político. Me creía un eficiente trabajador y no tenía un cargo directivo que cuidar, ni aspiraciones de ascender, menos reptando por la estructura. Esa resitencia marcaría mis futuras relaciones, laborales y políticas, con el villeguismo.

Algunos pactaron becas. Pablo Reyes fue uno de ellos, se fue exiliado a estudiar un postgrado a Francia y el resto se montó en la nueva ola villeguista, haciendo todo tipo de malabares y traiciones. Mientras todos andaban haciendo proselitismo a favor de Villegas, yo me dediqué a ordenar mi pequeña oficina en Campo Redondo, finalmente mi puesto administrativo quedó en la estructura de Tesorería, cuyo titular era Mario Dávila Flores. Al mismo tiempo me reunía con Melchor en el Despacho de Rectoría, que para esos días lucía desierto. Desde su oficina Melchor organizaba el apoyo universitario a Villegas.

En esos días acompañé en su soledad a Melchor. El grito de los cortesanos “El rey ha muerto, viva el rey” estaba en su máximo apogeo, pero nuestras charlas se referían a otras cuestiones más nobles: filosofía, teoría política, libros, música, recuerdos de los tiempos de lucha. Melchor nunca fue capaz de hacer una autocrítica a su gestión rectoral, ni en esos días próximos a entregar la Rectoría de la UAC al peor enemigo de los universitarios y de la Autonomía. Melchor le devolvería el poder universitario al gobierno, cinco años después que se lo habíamos arrebatado con un movimiento estudiantil.

A mí me hacía ruido que Flores Tapia le entregara la Rectoría de la UAC a Óscar Villegas Rico, es decir al ex Secretario de Gobierno del sexenio gutierrista. Sobre todo porque estaba enterado del pleito irreconciliable que hubo entre Flores Tapia y Eulalio Gutiérrez, que se derivó de aquel faltante de más de 500 millones de pesos que se le detectó al gobierno gutierrista al momento de la sucesión.

Esta pugna no fue sólo de dos personas, sino de los “ismos” (gutierrismo y florestapismo) que durante los siguientes años permeó a la política local y que dio anécdotas que mostraron el encono y la animadversión que hasta la fecha se tienen estos dos grupos, como aquella que mucho se contó, cuando Luis Horacio Salinas fue rechazado y expulsado por los familiares de Eulalio Gutiérrez cuando fue a presentarle sus pésames con motivo de la defunción del ex gobernador. Allí, se dijo, Luis Horacio fue calificado de traidor.

Este pleito también trajo roces, incluso frente a la “pareja Presidencial” de las “primeras damas”, pues así como Flores Tapia era amigo de Luis Echeverría, Margarita Talamás era cuatacha de la “compañera Esther Zuno”.

Por esos días, en cierta ocasión, le pregunté a Melchor sobre la relación entre Flores Tapia y Villegas Rico. Nada me dijo. Melchor se resistía a hablar de política. Por alguna razón se mostraba frustrado, deprimido e insatisfecho. No era para menos. Flores Tapia no había querido que se reeligiera, y tampoco tomó en cuenta a los candidatos que le presentó Melchor para sucederlo. Uno de ellos era Pablo Reyes Dávalos y el otro, según se dijo, Daniel García Nájera, un oportunista confesional que había abandonado la religión para convertirse en un mundano cortesano universitario. Pablo murió años después como funcionario neoliberal. Daniel es actualmente Magistrado electoral por sus relaciones con panistas destacados, como Jorge Zermeño.

Melchor dejó la Rectoría y consiguió un puesto de asesor en la SEP con el Subsecretario Eliseo Mendoza Berrueto en donde sobrevivió de manera indigna los meses posteriores a la vergonzosa entrega de la Rectoría de la UAC. Mientras tanto, a la usanza de los políticos priistas, Villegas logró una victoria electoral arrasadora. Los grupos universitarios le mostraron su abyección y organizados por Melchor se fueron a la cargada.

Seguramente como parte de la negociación que Villegas tuvo con el grupo de Melchor, se acordó ratificar en sus cargos a los principales funcionarios melchoristas. Daniel García Nájera siguió como Director de Asuntos Académicos, Mario Dávila Flores continúo de Tesorero y Ariel González Alanís se quedó en la Secretaría General. Luego los iría sustituyendo, en la medida que se interiorizaba en el manejo de la Universidad.

La Rectoría de la UAC representaba para los gutierristas volver a la política, a través de la rehabilitación del otrora poderoso Secretario de Gobierno de Eulalio Gutiérrez. Era un buen premio con que Flores Tapia le pagaba las deslealtades que tuvo Villegas con su ex jefe, el ex gobernador Gutiérrez, que ya entonces había fallecido.

Mucho se dijo que Villegas Rico estableció una buena relación con el candidato Flores Tapia, mientras éste acusaba a Eulalio Gutiérrez del faltante millonario de su gobierno. ¿Qué servicios le hizo Villegas a Flores Tapia? ¿Qué informes le pasó en los momentos álgidos del conflicto? Sólo ellos lo saben, pero no hay duda que la Rectoría de la UAC fue un pago a esas traiciones.

Años después, en 1984, cuando el Movimiento Pro Dignificación de la UAC estaba en pleno desarrollo, en cierta ocasión visité a Flores Tapia, con quien había establecido una relación amistosa luego de que lo obligaron a renunciar a la gubernatura. Aquella vez, Flores Tapia me recibiría con una pregunta en tono de reclamo: “Qué traen contra Villegas Rico”. A grandes rasgos le expliqué lo que él sabía, Flores Tapia nunca dejó de ser un personaje informado de las cuestiones políticas que sucedían en su entorno.

Su respuesta a mi explicación y al reproche de haberle entregado la Rectoría a nuestro principal enemigo, fue clarificadora: “Yo hice Rector a Óscar Villegas Rico, porque fue el mejor candidato que encontré para que dirigiera la universidad. Villegas es un hombre culto, con carácter, es un buen político y tiene simpatías entre los grupos más importantes de la sociedad”. “Además, insistía, ha sido un buen Rector, estoy seguro que no me equivoqué”

Por órdenes de Flores Tapia, Melchor de los Santos entregó, en bandeja de plata, la Rectoría de la UAC al principal enemigo de los universitarios: Óscar Villegas Rico.

 

Flores Tapia seguía defendiendo sus errores políticos, aún en los días cuando ya estaba claro que Villegas era parte del grupo antiflorestapista que lo había acusado de corrupción en el Estado, y que había ayudado a echarlo del gobierno tres meses antes de terminar su periodo constitucional. Flores Tapia nunca fue afecto a la autocrítica, tampoco superó su querencia por los falsos halagos, tal vez por ello, luego que le ayudamos a su reivindicación, volvió a las andadas, y fue nuevamente presa fácil de sus corruptos ex colaboradores que no cesaban de lambisconearlo, con el fin de manipularlo. Genio y figura...

Con la Rectoría de la UAC, Villegas se convirtió en el personaje más destacado del grupo gutierrista y de sus aliados. Desde el momento que tomó posesión como Rector, Villegas acarició la idea de convertirse en gobernador de Coahuila, alentado por los gutierristas, los López del Bosque, Armando Castilla, Jorge Masso, las cúpulas empresariales de Coahuila y los cortesanos de oficio, tanto de la UAC como de la política local.

Mientras que Flores Tapia ejerció el poder gubernamental, Villegas se comportó institucional. Logró con zalamerías que el gobernador le dejara hacer y deshacer en la UAC, convirtiéndola en el principal bastión y reductode del antiflorestapismo. En la UAC se fortalecieron y esperaron el momento idóneo para echarse encima de su ingenuo mecenas.

Los primeros meses del Rectorado de Villegas fueron para mí difíciles. Mis relaciones con Villegas y los villeguistas estaban deshechas, y sin yo pretenderlo, confrontadas. Era un apestado a quien nadie se le acercaba. Todos los días esperaba mi despido. Mi pecado en ese tiempo fue seguir en contacto con Melchor, quien se había refugiado en un modesto puesto de Asesor en la Secretaría de Educación Pública en la ciudad de México al lado de Eliseo Mendoza Berrueto.

Para visitarlo me trasladaba una o dos veces al mes al Distrito Federal. Por tal motivo, en varias ocasiones Villegas Rico me envío mensajes intimidatorios, advirtiéndome que el Rector era él y no Melchor, Y que si seguía procurando al Melchor, había que atenerse a las consecuen- cias.Villegas temía que Melchor organizara una conspiración en su contra. A decir verdad, los mensajeros de Villegas siempre fueron de nivel. Para intimidarme siempre enviaba al dócil del tesorero, Mario Dávila Flores, quien en ocasiones le pasaba la orden al subtesorero. Por mi parte, invariable y socarronamente mandaba a la chingada a los mensajeros, con pretextando que nadie, ni Villegas, me diría quienes serían mis amigos en mis horas libres mientras cumpliera con mis tareas laborales. Continúe con mis procesiones mensuales a la ciudad de México y sobreviví.

En esas estaba cuando un buen día los trabajadores del Hospital Universitario de Saltillo tomaron las oficinas administrativas, exigiendo la destitución del Director Jorge Fuentes Aguirre, del Subdirector Raymundo Verduzco Rosán y de la Jefa de Enfermeras Sofía Ríos Salazar. Los acusaban de prepotentes, arbitrarios y déspotas, después descubrimos que también tenían una gran corrupción organizada en el Hospital. Raymundo Verduzco, por ejemplo, además de pésimo médico –de lo que hay muchas historias-, también ha sido señalado en diversas ocasiones de corrupto. Incluso en el sexenio de Eliseo Mendoza Berrueto, fue suspendido de Coordinados de Salud por anomalías encontradas en una auditoría federal, entre otras, se encontraron facturas alteradas en su precio real y más corrupciones similares.

El conflicto del Hospital Universitario desató especulaciones. Se creía que tal protesta laboral había sido organizada por Villegas para sacar de la dirección hospitaria a Jorge Fuentes Aguirre que era hermano de “Catón”, otro de los mal vistos por Villegas. Pero la verdad era otra: Las acusaciones que le hacían los trabajadores a los directivos del hospital eran ciertas, además se complementaron con la grosera corrupción que se encontró en el HU en todas sus áreas.

En ese entonces, el ex Rector Arnoldo Villarreal Zertuche ya había terminado su gestión como Diputado Federal y había retornado a la UAC, en donde Villegas le dio el cargo de Coordinador de Hospitales. Su nombramiento era honorífico, pues nada hacía ni siquiera tenía oficina, era otro de los marginados por Villegas Rico, quien se daba gusto humillándolo, porque lo consideraba su enemigo desde que renunció a la Rectoría para irse de candidato del PRI (mejor dicho de OFT) a Diputado Federal. A Villarreal Zertuche, Villegas lo acusó de ser el instigador del Movimiento de la Autonomía Universitaria.

Para darse tiempo y buscar los sucesores que relevarían en sus cargos a los funcionarios detestados, Villegas mandó a Villarreal Zertuche a apagar el fuego en el HUS, pero éste le pidió que me comisionara con él, pues según Arnoldo yo “conocía mejor los hospitales que ningún universitario”. Arnoldo Villarreal no quería enfrentarse solo al reclamo de los trabajadores hospitalarios, y más por amistad conmigo, lo que le interesaba era que lo acompañara en su nueva encomienda, a sabiendas que yo tenía relaciones amistosas con algunos dirigentes que habían organizado la protesta.

A regañadientes Villegas Rico aceptó comisionarme con Villarreal Zertuche, y a su estilo nos pidió que entabláramos pláticas con los inconformes y recabáramos la información sobre sus peticiones, pero nos dijo que no nos comprometiéramos a nada, pues él sólo necesitaba 48 horas para decidir la solución del caso. Discretamente nos pidió que en esas 48 horas investigáramos qué tan ciertos eran los rumores que sobre la corrupción le habían llegado.

Algo evitó que Villegas le diera solución al problema, pues fuimos comisionados al Hospital Universitario por 48 horas y estuvimos más de tres años. Villegas se desentendió del conflicto y nos dio luz verde para resolverlo de acuerdo a nuestra visión. De inmediato se decidió destituir a las autoridades que no querían los trabajadores y para sustituirlos se nombró como Director del HUS a Arnoldo Villarreal Zertuche, como Subdirector a Hugo Rogelio Castellanos Ramos (+) y como Jefa de Enfermeras a Dora Alicia Villa.

Lo de la corrupción era cierto, con ayuda de los trabajadores más informados hicimos una enorme lista de latrocinios hechos o permitidos por los “notables” médicos (Jorge Fuentes Aguirre y Raymundo Verduzco Rosán). Le entregué los datos de la corrupción a Villegas, quien los guardó sin hacerlos públicos, “para no politizar el asunto”. Por su parte, los destituídos guardaron sus reclamos y continuaron en la Universidad desempeñando sus labores de base. Como siempre, hubo silencio de ambas partes y el conflicto se resolvió “en bien del Hospital”. Nadie fue acusado de corrupto, a pesar de que había muchos prospecto a tal distinción. Lo cierto es que en la corrupción hospitalaria estaban involucrados algunos parientes de miembros del selecto grupo villeguistas, entre ellos, un hermano de Valeriano Valdés Valdés que fungía como Administrador del HU.

Parte de la negociación que hicimos con los sindicalistas del Hospital fue que homologaríamos las condiciones de trabajo y salariales de los trabajadores del HUS, y tal y como lo habíamos hecho en los dos hospitales de Torreón: organizamos laboral y administrativamente el nosocomio, resolvimos la problemática que generó la remodelación total del Hospital sin limitar los servicios y combatimos la corrupción.

El Hospital Universitario de Saltillo era en ese tiempo un verdadero desmadre. Se hacía negocio con todo, hasta con los ladrillos de las obras, sin olvidar el material médico, instrumental, medicinas, despensa, toallas, sábanas, equipos médicos, etc., y había trabajadores pagados por el hospital que servían de sirvientas, cocineras, vigilantes, jardineros, choferes, en las casas de algunos funcionarios universitarios.

Villegas terminó aceptándome a pesar de no haber ido a rendirle pleitesía a su casa de campaña como lo hicieron todos, porque -según él- “usted es un hombre inteligente y capaz, y mantiene al Hospital con número negros y sin problemas”. Pero con esto, Villegas lo que quería era estimular mi deslealtad con Villarreal, bajo aquello de que “divide y vencerás”, pero no lo consiguió, porque además que éramos amigos, soy demasiado obstinado en mis creencias. Para mí no fue difícil desempeñar mi trabajo, lo hacía lo mejor que podía, apoyado por Villarreal Zertuche y dedicándole a mis labores más tiempo del contratado.

El Hospital Universitario no tenía en ese tiempo ni un archivo con la documentación personal de sus trabajadores. Las prácticas de servicio eran las mismas de la burocracia gubernamental. La corrupción permanente y en todas las áreas estaba implícita en el desempeño diario de los directivos. Como muestra basta un botón: los más viejos trabajadores comentaban que en una ocasión cuando fue relevado de su cargo un director, ya de salida -antes de dejar su oficina- se apropió de los recursos con que se iba a pagar la nómina laboral, aprovechando que su destitución se había hecho el día de quincena.

El HUS era en ese momento el Hospital Civil de la ciudad. Allí iban los que tenían dinero y los más pobres que contaban con IMSS, ISSSTE u otra alternativa de salud. Le dimos orden y organización al Hospital. Se diseñaron todos los sistemas administrativos de supervisión y control, algunos de los cuales aún persisten pese a la “modernización” que supuestamente se ha hecho en las últimas décadas. “Modernización” que no no ha sido otra cosa que elevar las tarifas del hospital en perjuicio de los que menos tienen.

Por mi parte y sin pretenderlo me involucré nuevamente en la política sindical universitaria. Había compañeros que deseaban tener una delegación sindical “de a deveras” y solicitaban nuestra opinión. Los hospitales eran idóneos para esta labor sindicalista, porque en ese entonces -como lo he dicho antes- los tres hospitales universitarios aglutinaban a alrededor del 30 por ciento de la planta laboral de toda la UAC. Por otra parte, los trabajadores hospitalarios eran en aquel tiempo los más combativos, unidos e independientes del sindicalismo universitario. Por eso constituyeron una fuerza política importante en el interior del Stuac cuando el Stamuac había fenecido.

Por estas y otras razones logramos el reconocimiento de Villegas y el respeto laboral. Desde entonces Villegas constantemente me citaba a su despacho para platicar, en esas charlas me confió algunos secretos de la política universitaria. Así fue como me enteré, de labios del propio Villegas, que su Secretario General, Ariel González Alanís -durante su campaña para Rector- le había dado una nómina de universitarios destacados en la que reunía todas las características de su personalidad: ideología, traumas, problemas mentales, creencias, defectos, vicios, conductas, actitudes, motivos que los impulsan, etc. Y supe hasta entonces que yo estaba en esa lista delatora y hecha con suposiciones psicológicas del “espía chino” universitario. Según él yo era un resentido social, producto de la paupérrima condición en que nací. Me reí, qué más podía hacer ante tanta estulticia academicista.

Mi revirada llegaría pronto. Poco después de la confidencia, Villegas me llamaría para preguntarme mi opinión sobre algunas cuestiones que le habían comentado. Según esto, Ariel González Alanís le había dicho que Luis Horacio Salinas Aguilera, uno de los enemigos de cabecera del Rector, estaba haciendo política en la UAC para conseguir la Rectoría. Eran tiempos en que Luis Horacio estaba apestado.

Mi respuesta fue negativa. Luis Horacio no podía ser Rector de la UAC ni le interesaba, y en política las desavenencias son porque dos personas quieren al mismo tiempo el mismo cargo, el mismo negocio o la misma mujer. Y nada de estas tres cosas se disputaban Villegas y Luis Horacio.

Villegas se dio cuenta de la tortuosidad de su Secretario General, y se lamentó de su engaño. “He querido cambiarlo, me dijo, pero hay quienes aseguran que se crearía un conflicto por eso. ¿Usted qué cree?”, preguntó a boca de jarro. Objetivamente le dije que nada pasaría, y le recordé una reflexión que en otra ocasión me había compartido: “Nunca acorrale a un gato, porque se expone a que se le eche encima y lo arañe”. Si tiene pensado cambiar a González Alanís, dele una salida decorosa, le respondí. Días después Villegas crearía la dirección de Postgrado, y para deshacerse de Ariel, lo destituyó de la Secretaría General y lo mandó como titular a Postgrado. Ariel fue recluído en un pequeño nicho y dejó la administración central y por supuesto, ya no hizo daño con sus acostumbradas intrigas.

En el Hospital Universitario también fui testigo de los abusos de la policía judicial al mando de Mario Guerra. Cada fin de semana llevaban a urgencias a modestos obreros o albañiles golpeados por los “guardianes del orden”, sólo porque reclamaron abusos en su detención por infracciones administrativas, o porque no les habían dado el soborno que solicitaban. Así estaban las cosas en el reinado florestapista...


(Continuará).
Florestapismo (1975-1981).

 

robledo_jgr@hotmail.com
contacto@elperiodicodesaltillo.com